Es natural que alguien defienda la casa y el lugar donde uno vive. Al respecto, una vez un amigo me comentó que para un hombre: "Su hogar es su castillo". Y es verdad, pues muchas personas, con mucho esfuerzo, consiguen comprar un terreno y encima de ese terreno construir sus casas. Pero, que sucede si en su casa, en su jardín, se instala, por decir, un taller de mecánica. Todos los materiales regados encima de las plantas, la grasa y demás fluidos del carro manchan las hermosas flores y, para variar, quieren cavar un hueco para revisar el tubo de escape de los carros. No lo permitiríamos, verdad, pues, quizá, nuestros hermanos, primos, hijos, juegan ahí. Además, porque están malogrando nuestro jardín y porque tenemos la plena seguridad que, después de haber utilizado ese espacio para su beneficio, la mecácnica se muda a otro lugar y nosotros nos quedamos con un terreno destruido y contaminado. Si llevamos eso a un aspecto macro: ¿no hacen lo mismo las mineras y el narcotráfico en gran parte de nuestra selva peruana? ¿Acaso no existe la tala de árboles? ¿Es que las ciudades no están creciendo y cada vez existe menos áreas verdes libres de contaminación? Debemos recordar que nuestro país es nuestra casa y el terreno que pisamos, donde tenemos nuestra casa, donde viven nuestros hermanos, hijos, abuelos, donde viven, quizás, nuestros primos, en otra provincia quizá alejada de Lima. ¿No es Machu Picchu nuestro? ¿Acaso no es la selva del Amazonas en Iquitos nuestro? ¿Acaso nos nos pertenece Pastoruri? No es cuestión de querer sólo nuestra casa, es cuestión de ampliar nuestra misión de la vida y de lo nuestro. Es identidad, es valorar lo que queremos y, a partir de allí, cuidarlo y quererlo. Quizá el Perú no nos cuesta nada para obtenerlo, pero si nos costará, y mucho, cuando perdamos nuestras hermosas playas, nuestra selva virgen, nuestros fabulosos paisajes...es algo en que meditar. Se lo dejo para el fin de semana.